Con solo 18 historias breves, agrupadas en dos libros (La historia de tu vida y Exhalación), Ted Chiang (Nueva
York, 1967) es uno de los autores de ciencia ficción más respetados del
panorama actual, y sin duda uno de los grandes atractivos del Festival 42 de literatura fantástica que
se celebra en Barcelona hasta este domingo.
Profesor de ciencia computacional en Santa Fe, Chiang ha imaginado en sus libros mascotas digitales autoconscientes, áliens heptápodos cuyo lenguaje rompe las barreras del tiempo (llevados al cine por Denis Villeneuve en Arrival), visiones alternativas de la evolución o historias mesopotámicas en las que late el rastro de Borges.
En todas ellas acaban surgiendo preguntas
esenciales, filosóficas o científicas. Pero cuidado con confundir fantasía y realidad, ha advertido hoy en Barcelona: es lo que están haciendo las corporaciones y los tecnólogos con la Inteligencia Artificial.
No nos confundamos. Que los peligros de la IA no sean los que a veces imaginamos no quiere decir que no existan. Solo que son otros. “La
IA es muy rudimentaria respecto a lo que nos describe la ciencia
ficción, la familiaridad que tenemos con esa concepción de la ficción de
la máquina que piensa; hay una gran brecha entre estas dos versiones,
pero el sector tecnológico intenta esconder esta diferencia porque quiere vender un producto y
esa idea de la ‘máquina que piensa’ es un discurso de venta muy
atractivo, hablar de un programa que trabaja con las estadísticas no
ilusiona”, plantea para empezar.
Eso, dice, “no lo veremos al menos
durante nuestra vida, no tienen ninguna idea de cómo crear una máquina consciente de sí misma, aunque
no sé hasta qué punto nos están mintiendo intencionadamente o se
engañan a ellos mismos”. Esa sería una posibilidad: “Creo que se han tomado la ciencia ficción demasiado en serio, así que, aunque resulte extraño, como escritor de ciencia ficción les he de decir que, por favor, pongan límites a su imaginación”.
Pero, alto. “El peligro no están en que de repente un ordenador diga que
quiere controlar el mundo y destruir a la humanidad. Los peligros son
otros”. Chiang recuerda que la IA, en líneas generales “permitirán a las personas hacer cosas que antes no podían hacer y
a las empresas, que hagan cosas de forma más eficaz; el peligro, en
Occidente, es tener empresas que acumulen cada vez más poder; y si vives
en otras zonas del mundo, que los gobiernos puedan ser más represivos”.
Aunque hablando de Occidente. La combinación de Musk, Trump (y quizá la complacencia más discreta de otros magnates tecnológicos como Bezos), ¿no podría unir estas dos preocupaciones? “En general -responde- pienso que los multimillonarios son una mala idea, de entrada, son peligrosos para la sociedad; en
general cuando se concentra demasiado poder en las manos de un solo
individuo. Los individuos son muy poco predecibles, cuando el poder está
distribuido de una manera más ecuánime está limitado cuánto daño se
puede hacer, pero si está concentrado en pocas personas, eso hace de una
manera inherente que el mundo sea menos estable y seguro, aumenta la
posibilidad de que cuando alguien se despierte enfadado o sufra un
trastorno mental pueda tener un daño gigantesco”. Eso sin señalar
nombres, dice. Aunque confía que, como sucedió con las monarquías por
derecho divino, acaben imponiéndose los checks and balances.
Optimismo, pesimismo y ciencia ficción
Hablando
de optimismo y pesimismo. Chiang, en una interesante conversación con
la prensa (cada una de sus respuestas podría dar para un ensayo corto
como los que escribe sobre IA para The New Yorker, y como los que prometen los títulos de sus cuentos, por cierto: Lo que se espera de nosotros, La angustia es el vértigo de la verdad, La evolución de la ciencia humana, El infierno es la ausencia de Dios)
recuerda que no solo se está escribiendo ciencia ficción distópica sino
también optimista, aunque tenga menos eco “porque el estado de ánimo
general de la sociedad hace que sea difícil ser optimista; es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Igual
que en tiempos de optimismo tecnológico a la ciencia ficción más
pesimista no se le prestaba tanta atención, aunque existiese.
Chiang
ha sido elogiado a veces (por voces que sienten cierta falta de respeto
por el género) como un escritor literario más allá de la ciencia
ficción. Falsa disyuntiva. “Creo que durante un tiempo los escritores
tendían a evitar la tecnología por el deseo de que su trabajo fuese
atemporal, pero eso ya es insostenible por el papel que tiene en
nuestras vidas. Por eso creo que mucha ficción contemporánea está tomando prestados muchos aspectos de la ciencia ficción, y eso acaba entrando también en la ciencia ficción”.
'Arrival' ('La llegada') y el tiempo
La adaptación de La historia de tu vida, el
cuento que da nombre a uno de sus dos libros, por Denis Villeneuve hizo
que el nombre de Chiang llegase a círculos más amplios. Una adaptación
con la que se siente perfectamente a gusto.
Y en ella, además del
problema del lenguaje entre dos especies separadas por años luces,
aparecía (spoiler limitado) es de cómo hacer que el lenguaje vaya más allá del tiempo. Una de las preocupaciones filosóficas que
aparecen en su literatura. “El tiempo nos diferencia del resto de seres
humanos. Los perros tienen un sentido del tiempo, saben que es tiempo
de que su ser humano vuelva a casa pero no se preocupan del futuro, en
cambio, nosotros sí; no saben que un día morirán, si lo sabemos, esta
conciencia da forma a todo lo que hacemos”. ¿Y si esa previsión del
futuro tuviese una interpretación mucho más literal? Bueno, por eso
quizás es más útil hablar de ficción especulativa cómo género.
Y
en un sentido más literal, la presión por la productividad sobre el
tiempo personal (“incluso cuando trabajamos pensamos que podríamos estar
trabajando más”) se convierte en un mecanismo del capitalismo al que
él, en un principio, se resiste. Publicar una colección de relatos cada
década podría entenderse pues, confiesa, como una forma de "resistencia anticapitalista".
Aunque es sus libros lo que late es verdadera ciencia ficción. Con
ciencia en mayúsculas. ¿Quién si no podría plantearse qué pasaría si una
bióloga aplicase el método científico, en un mundo donde los hechos son
otros, a cuestionar la evolución? ¿O escribir un relato intercalando
fórmulas matemáticas e historias que las reflejan? No, no se asusten: no
hace falta un grado en ciencias; ni siquiera haber sido un buen
estudiante de matemáticas en el bachillerato para disfrutar de Chiang.
Fuente: Epe
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