En 'El Fin del Trabajo'
(1995) Jeremy Rifkin profetizó que las tecnologías emergentes
provocarían un desempleo estructural. Tres décadas después la realidad
ha resultado ser algo más compleja y menos irreversible.
El temor al impacto de las innovaciones en el empleo no es
nuevo. Ya en 1930 Keynes hablaba de “desempleo tecnológico”. Tampoco es
una novedad el determinismo con el que analizamos estos procesos. Las
predicciones suelen moverse entre un papanatismo tecnológico que
identifica de manera mecanicista innovación con progreso y un
catastrofismo milenarista.